El frenesí electoral de la izquierda radical española
Pascual Serrano
Rebelión
La reciente campaña electoral española para el Parlamento Europeo ha contado con dos circunstancias que seguro han alegrado a los grandes partidos dominantes y a quienes trabajan para que nada cambie en el modelo vigente. Se trata de la fragmentación de la izquierda y del surgimiento de un apasionado entusiasmo por la petición del voto por parte de los grupos más combativos de la izquierda.
Lo primero ya es endémico, de modo que además de las opciones más o menos conocidas como Iniciativa Internacionalista, Izquierda Anticapitalista, Partido Comunista del los Pueblos de España o Izquierda Unida, se podían encontrar otros como el Partido Obrero Socialista Internacionalista, la Unificación Comunista de España o Solidaridad y Gestión Internacionalista. A todos ellos añadir los que se presentaban con perfiles sectoriales: feministas, defensa animal, ecologistas, Norte-Sur. España es el país de Europa con mayor número de candidaturas, treinta y cinco.
Pero quizás lo que ha resultado más curioso es que las iniciativas radicales que hasta ahora habían hecho de la limitación virtud y se dedicaban a denunciar la injusticia del sistema electoral, la hipocresía del modelo de democracia representativa, el oportunismo de buscar sólo cargos instituciones, la necesidad de trabajo de base en lugar de volcarse en las convocatorias electorales y apostar por una democracia representativa que superara formato meramente electoral; en esta ocasión estaban entusiasmados pidiendo el voto con el mismo formato simplista y mercadotécnico que los grandes partidos. La diferencia es que al tratarse de listas electorales que no tenían posibilidad de alcanzar representación y que no habían conseguido unificarse, su discurso electoralista y el de sus seguidores resultaba patético.
Colectivos que tanto habían criticado, y con gran parte de razón, que la izquierda institucional española –Izquierda Unida- había abandonado su trabajo de base para dedicarse prácticamente a la labor institucional, cuasi profesionalizando sus cargos y despreciando el trabajo organizativo de la militancia, ahora creaban candidaturas ad hoc para presentarse a unas elecciones europeas y se unían al coro de los grandes partidos para pedir el voto en un proceso de conversión estratégica impresionante. Incluso el fervor les llevó a apelar al voto útil para sus candidaturas pidiendo mediante cartas públicas la retirada de los demás, originándose la correspondiente indignación entre ellas.
Sin duda, una explicación de ese frenesí por el voto y esa ilusión por la fiesta de las urnas procedía del intento infructuoso de ilegalizar a Iniciativa Internacionalista. La decisión del Tribunal Constitucional de permitir esta candidatura se percibió como una gran victoria política que desencadenó la percepción de que poderles votar era señal de la inminente toma revolucionaria del poder, olvidando que el sistema lleva conviviendo treinta años con papeletas revolucionarias en los colegios electorales porque sabe que los mecanismos para neutralizarlas son muchos, tan eficaces como injustos.
En estas elecciones resultaba hasta curioso percibir en medios alternativos de ideología radical la presencia de textos con instrucciones para interventores y apoderados de esos partidos, que recordaba aquella euforia de la transición española, en la que se pensó que había llegado la democracia simplemente porque a los rojos se les dejaba presentarse a las elecciones.
La izquierda radical ha vivido una fascinación electoralista que le ha impedido observar que el principal argumento para mostrar la inviabilidad y falta de legitimidad del sistema actual es precisamente la indiferencia de los ciudadanos que optan por no votar y que han sido el 57 % en toda Europa. Poner todo el énfasis de la lucha política en discursos electorales pidiendo el voto, como ha sucedido en estas elecciones europeas, es la más triste de todas las claudicaciones, porque conlleva aceptar como panacea de la democracia el rito periódico de las urnas desplazando todos los mecanismos de lucha y trabajo organizativo. Supone también dejar en un segundo plano la denuncia de los mecanismos de control ideológico y electoral que convierten en irrelevante las elecciones: desigual presupuesto para las campañas electorales, debates televisados exclusivos para los dos grandes partidos, leyes electorales injustas, financiación fraudulenta de los partidos políticos, dominio del panorama de los medios de comunicación…
No estoy sugiriendo renunciar a la presencia institucional en la medida en que pueda haber algo de apoyo electoral. Pero por muchos momentos he tenido la sensación de que esa izquierda radical que tan coherente ha sido siempre en su discurso había perdido el sentido de la realidad y nadie se atrevía a recordarle que ni cada una de esas candidaturas era epicentro de la revolución inminente, ni iban a sacar un solo representante en estas elecciones en las que con tanto apasionamiento ingenuo pedían el voto. Espero que hoy, 8 de junio, se hayan dado cuenta.
2 comentarios:
No sé si la clandestinidad me dejó una cierta paranoia, pero a mi estos grupúsculos siempre me han sonado a trampas que los servicios secretos colocan para cazar incautos.
Totalmente de acuerdo
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