Y entonces volvía el desbordante torbellino de pensamientos confusos y desconcertantes. De ideas ágiles, difusas, sin que pudiera agarrarlas firmemente, afrontarlas en definitiva, concentrarme en cada uno de ellas por separado. Aumentaba el ritmo cardiaco, pies y manos se me helaban, estaba temblando.
Sabia que lo que me desbordaba eran pensamientos desagradables, pero no podía detenerme a analizarlos, se me escapaban y venían otros, inexorablemente. Y como si fuera la sucesión de fotogramas imparable de cualquier película dibujaban uno tras otro mi film de miserías, fracasos, miedos y obsesiones, sin que pudiera rebatirme, sin que pudiera defenderme de mi mismo, me acercaba a una sensación de vacío, de enfermedad, que afilaba esos pinchazos en varios puntos del torso que acompañaban el torbellino cada noche, casi como un ritual, casi como una cura diaria de modestia.
Y al final, como de cualquier pesadilla, despertaba a la mañana siguiente, agitado, cansado, todavía inquieto por lo vivido y sentido la noche anterior, todavía ansioso de encontrarme en otro “sueño”…
2 comentarios:
José, ¿has visto el video de Cuba?
No entero la verdad, aunque me pareció interesante, eso vocecilla estridente me echa para atrás.. saludos
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